viernes, 13 de mayo de 2011

AUGUSTE RENOIR




























Pierre-Auguste Renoir nació en Limoges el 25 de febrero de 1841, siendo el penúltimo de cinco hijos. Su padre era un modesto artesano que, ante las dificultades del sustento, se trasladó con su familia a París en 1845, cuando Renoir tenía cuatro años. Nunca más volvería nuestro artista a poner los pies en su ciudad natal.


En París se instaló la numerosa familia en una casa ubicada en el recinto del Louvre, y los padres inscribieron al joven Pierre en la escuela municipal, donde sus profesores le regañaban continuamente por dibujar monigotes en su cuaderno durante las clases. Sus padres vacilaron entre orientar la educación de su cuarto hijo hacia la pintura o hacia la música, actividad esta última a la que su maestro de solfeo, Charles Gounod, maestro de coro de la capilla de San Roque, aconsejaba se dedicase. Finalmente, la balanza se inclinó hacia la opción de "artista", esta vez en la versión del dibujo aplicado a la industria de la porcelana, especialidad de Limoges. Dotado como lo está, Pierre-Auguste será decorador de porcelana y tendrá un buen oficio. Ingresa pues, a los trece años como aprendiz en un taller de pintura de porcelana, con la esperanza de entrar algún día en la célebre Manufactura de Sèvres. Su labor consistía en adornar con ramitos de flores piezas de fondo blanco, pagándole por ello cinco céntimos por la docena. Luego, una vez más suelto en su oficio, cambió las flores por las figuras, aunque siempre al mismo precio.


Fue allí donde Renoir aprendería a pintar con pinceles flexibles, redondos y afilados, y con colores fluidos. Toda su vida conservaría la costumbre de sacar partido de la limpidez de un color que deja transparentar el fondo, sobre el cual está puesto y con el que juega en lugar de esconderlo.


Su jornada de trabajo en la fábrica comenzaba a las ocho y tenía un descanso de diez a doce, el cual aprovechaba nuestro protagonista para ir al Louvre para copiar telas antiguas. En uno de estos recreos, Renoir descubrió la Fuente de los Inocentes, de Jean Goujon, y con ella, su fascinación por la plástica escultórica.


Así, desde la edad de catorce años, el joven Renoir se siente atraído por dos predilecciones que marcarán su obra: la escultura plástica del cuerpo femenino y la de los colores límpidos que actúan por transparencia.


Pero tres años más tarde, a los diecisiete, el entusiasta pintor ve desmoronarse el sueño de su porvenir. Los recursos mecánicos de reproducción ponen en peligro la profesión de pintor en porcelana y amenazan con arruinarla. Ha de buscar otro oficio. "Entonces me puse a pintar abanicos. ¡Las veces que habré copiado el Embarque hacia Citera. De tal modo, los primeros pintores con los que me familiaricé fueron Watteau, Lancret y Boucher. Con más precisión, diré que la Diana en el baño de Boucher es el primer cuadro que me haya sobrecogido, y toda mi vida he continuado amándolo como se recuerdan siempre los primeros amores..."


Pero pronto habrá de buscarse otro trabajo que le de para vivir, y pinta paneles de los que utilizan los misioneros como vidrieras portátiles. Su destreza le permite esbozar el tema sin el previo encuadre practicado por los otros, de modo que realiza mucho más rápidamente un trabajo pagado a destajo. Pero para gran desconsuelo del patrón que, para retenerlo llega hasta prometerle la herencia del negocio, en cuanto Renoir pudo tener suficiente dinero ahorrado, abandonó ese trabajo lucrativo para pintar lo que le gustaba.


Entonces, sin dejar de seguir los cursos de la Escuela de Bellas Artes, de 1862 a 1864, entra en el taller del pintor Gleyre, donde en breve entabla relaciones con Bazille, Sisley y Monet, que también trabajaban allí y donde se estudiaba con modelo vivo.







Inicio de su andadura artística





La amistad de Renoir con Laporte, amigo desde la infancia, llevó a Renoir a entrar, con 21 años, en el taller de Gleyre para aprender la pintura: "¡Cuánto agradezco a Laporte el haberme persuadido a adoptar una resolución que, no tan sólo ha hecho de mí un pintor, sino a la cual debo el haber entrado en contacto con mis futuros amigos, tales como Monet, Sisley y Bazille!", contaba Renoir a Vollard, un conocido marchante y biógrafo suyo.


Renoir, domiciliado entonces en casa de Laporte, en la place Dauphine, ingresa en el Beaux-Arts, escuela de arte, en abril de 1862. En otoño, mientras cumple un período de servicio militar, Bazille, Monet y Sisley llegan al taller de Charles Gleyre. En los años siguientes, surge una amistad histórica, ampliada, gracias a Bazille, con Cézanne, Pissarro y Guillaumin, alumnos del estudio Suisse, la cual se centra en la admiración compartida por Delacroix y Manet.


Cuando Gleyre dejó sus clases a causa de la edad, a principios de 1864, Renoir y sus amigos siguieron trabajando sin nadie que les dirigiera. En la primavera Monet llevó a sus camaradas a la aldea de Chailly-en-Bière, en el bosque de Fontainebleau, para hacer juntos unos estudios en la naturaleza. Treinta años antes algunos pintores habían empezado a retratar por primera vez en la pintura la pequeña belleza de humildes rincones de los alrededores de París. Por su lugar principal de estancia junto al bosque de Fontainebleau se les llamó los pintores de Barbizon. Algunos de ellos, como Camille Corot o Narcise Diaz, aun trabajaban allí. Pronto, Renoir y Diaz se harían amigos.


Renoir presentó un trabajo suyo por primera vez al Salón de 1864, y fue admitido: Esmeralda, bailando con su cabra.





En el verano de 1865, en compañía de Sisley, Renoir tomó un bote de vela Sena abajo hasta Le Havre, para contemplar allí las regatas que aquellos artistas habrían de elevar años más tarde a motivo favorito de su pintura, y para pintar desde el bote el río y sus orillas. El Salón aceptó otra vez los envíos de Renoir, pero el año siguiente el jurado dio un veredicto mucho menos favorable. Empezaba la verdadera y ardua lucha por imponer las nuevas ideas artísticas. El jurado del Salón de 1867 fue especialmente severo y rechazó la Diana de Renoir (arriba), aunque en los tres años siguientes consiguió colocar sus cuadros.






Primeros éxitos impresionistas





Estos pequeños éxitos no salvaron a Renoir de la escasez material. Sus ahorros estaban agotados hacía tiempo. Su amigo Bazille, que gozaba de una situación acomodada, le procuró alojamiento en su estudio, y juntos pintaron postales para ganar algo de dinero.


Los años posteriores a la perdida guerra francoprusiana fueron sorprendentemente de una gran prosperidad económica en Francia. Los precios de los cuadros aumentaron, y hasta en algunos casos se vendieron pinturas impresionistas por sumas de dinero inesperadamente elevadas. El hombre por cuyas manos pasó buena parte de ese dinero y que contribuyó en gran medida a los primeros éxitos de los pintores de Batignolles fue Paul Durand-Ruel, que demostró tener instinto para apreciar la calidad de aquella pintura y mucha valentía.






La parisienne, 1874





Acogió a los pintores rechazados por la crítica oficial y durante estos años compró sus cuadros pacientemente, pese a que debió esperar al futuro para obtener beneficios. En 1870 había conocido en Londres a Pissarro y a Monet y también había descubierto en 1873 a Renoir. Ciertamente no pagaba mucho por sus cuadros, pero para un hombre en la situación de Renoir incluso la más mínima venta era algo importante.


El año 1873, sin embargo, Durand-Ruel se vio obligado a restringir la ayuda que prestaba a Renoir y a sus amigos. Los pintores formaron una "Société anonyme coopérative", y el 15 de abril de 1874, en los locales recién desalojados del fotógrafo Nadar, abrieron su propia exposición. La nueva escuela ya tenía en circulación su mote de impresionistas.


En abril de 1876 los impresionistas expusieron juntos por segunda vez, en esta ocasión en la galería de Durand-Ruel, pero la crítica tampoco fue favorable.


En abril del año siguiente, expusieron por tercera vez y, por primera vez, se llamaron a ellos mismos por ese mote. Pero una vez más los críticos de los periódicos más importantes se burlaron y nadie compró.


Renoir no presentaría nada a las exposiciones de los impresionistas de los años 1879, 1880 y 1881. Entre él y sus viejos camaradas había desacuerdos, que en parte tenían que ver con la política. Él detestaba el anarquismo de algunos pintores como Jean François y Armand Guillaumin, y tampoco compartía las ideas socialistas de Pissarro.









Su gloriosa y trágica vejez





Los treinta últimos de la vida de Renoir están impregnados de un carácter trágico personal. Llenos del triunfo tranquilo de su arte, de su reconocimiento general y de una estimación económica, estuvieron oscurecidos por la amargura de una grave enfermedad y por el destino de todos los artistas que envejecen: el de tener que ver cómo su arte era revisado y superado por la generación que venía empujando.


Trabajó a finales de los ochenta varias veces con Cézanne y con la mujer más dotada de la pintura impresionista y que Renoir tanto admiraba, Berthe Morisot, hasta el fallecimiento de ésta en 1895. En 1890 volvió a exponer en el Salón, lo que no hacía desde 1883. En 1892 viajó con su amigo Gallimard a España y quedó muy impresionado con la pintura española. Ese año surgió el reconocimiento público. Durand-Ruel organizó una exposición especial con 110 cuadros suyos, y por primera vez el Estado francés compró un cuadro de Renoir para el museo de Luxembourg: Yvonne y Christine Lerolle al piano (izquierda). Dos años después fue nombrado albacea del legado de Caillebotte y tuvo que pelear duro para que las autoridades artísticas se movieran para que, de las 65 pinturas de Caillebotte, 38 entraran en el museo de Luxembourg, entre ellas seis suyas.


Por esta época el artista pasó varios veranos (1892, 1893, 1895) en la costa bretona de Pont-Aven. Como modelo para esos cuerpos sensuales posó ante él Gabrielle Renard, prima de la señora Renoir, que había entrado de criada con 14 años, en 1893, poco antes del nacimiento de Jean, el segundo hijo del pintor y que permaneció con Renoir hasta 1919.


También por estas fechas, residía ahora con frecuencia en Essoyes, el pueblo natal de su mujer, donde en 1898 compró una casa. A últimos de ese año tuvo el primer ataque de reuma grave, que le obligó a pasar el invierno en el sur, en la Provenza, y a hacer curas en verano.


Antes de su enfermedad había estado otra vez en el extranjero. En 1896 visitó Bayreuth. Después de esa primera crisis, cuando su estado mejoró transitoriamente, volvió a Alemania. En 1910 aceptó una invitación de la familia Thurneysen para ir a Munich, pintó retratos y disfrutó con los cuadros de Rubens en la Pinacoteca de aquella ciudad. Su fama había traspasado las fronteras de Francia. No sólo presentó sus cuadros en 1896 y 1899 en exposiciones organizadas por Durand-Ruel, en 1904 en el Salón de Otoño y en 1913 en la galería Bernheim de París, sino que estuvo también en la Centennale, la muestra de arte francés del siglo XIX en la exposición universal de París de 1900, y recibió la cruz de la Legión de Honor.






























Residió en 1899 en Magagnosc, cerca de Grasse, y en 1902 en Le Cannet, cerca de Cannes. En 1901 vino al mundo su tercer hija, Claude, llamada Coco, modelo de muchos cuadros de estos años (arriba).








El fin de su vida en "Les Collettes"






En 1903 los Renoir se trasladaron definitivamente a Cagnes. Allí vivieron primero en el edificio de correos, antes de que el artista hiciera construir la casa "Les Collettes" en un espeso olivar que se convirtió en el estudio al aire libre de sus últimos años.


La grave artritis reumática le causó terribles dolores. Los huesos se le encorvaban y la carne se le secaba. En 1907 pesaba 48,5 kg y apenas podía sentarse. Después de 1910 no pudo ya desplazarse con muletas y quedó postrado en una silla de ruedas. Mandó hacer un caballete en el que podía enrollar sus lienzos; así podía pintar en formatos mayores, aun sentado en una silla de ruedas y obligado a mover el brazo sólo para pinceladas cortas y enérgicas.


En esa época Renoir se hizo también escultor: encontró manos ajenas que moldearan para él la arcilla como él indicaba. Fue el joven español Ricardo Guinó un ayudante. Así nacieron esculturas que no fueron nunca tocadas por las manos de Renoir y que, sin embargo, son sus obras más originales, creaciones de su espíritu y su modelo de la belleza humana.


Al principio de la Primera Guerra Mundial, que él despreciaba como absurda, sus hijos Jean y Pierre fueron gravemente heridos. Su madre los cuidó, hasta que, anímicamente muy afectada, murió en 1915. El primer verano de la posguerra Renoir visitó su tumba en Essoyes, y después viajó de nuevo a París. Condujeron al pintor, que contaba con 78 años, en la silla de ruedas a sus cuadros favoritos del Louvre, a François Boucher, Delacroix y Corot, y a Las bodas de Caná de Veronés, pintura grande y rebosante de color, junto a la que, de acuerdo con el deseo de Renoir, en un sitio de honor, colgaba su pequeño estudio con el retrato de madame Charpentier de 1877 (abajo).


































Vuelto a Cagnes continuo pintando hasta terminar su composición Descanso tras el baño, y una naturaleza con manzanas. Pierre-Auguste Renoir moriría el 3 de diciembre de 1919, recién pasada una fuerte pulmonía, y sería enterrado a los tres días en Essoyes junto a su esposa.

Fuente:  Milko A. García Torres www.imagendart.com

Melan.